Identificación.  Mecanismo de
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   En psicología se habla también del mecanismo de defensa de la identificación, que acontece cuando uno no está del todo satisfecho con lo que es, tiene o siente. No se identifica del todo con su yo real y con su entorno.
   Entonces se busca un apoyo externo con el que identificarse cuando algo le falla en la propia identidad. Se da cuando hay inseguridad, frustración, insatisfacción, complejo de insuficiencia o debili­dad de per­sonalidad. Entonces se identifica falsamente una persona débil con otra fuerte (el hijo con el padre, el que se siente débil con el fuerte, el ignorante con el sabio que admira). Surgen así los mitos magnificados por la fantasía desde la propia personalidad y con frecuencia por los medios de comunicación social en las culturas desarrolladas: la pantalla, el deporte, la propaganda real y engañosa, los vehículos técnicos, etc. En ese mecanismo de identificación hay cierto engaño y evasión. Inconscientemente se intenta ser lo que el otro es, y se produce una "influencia" o confluencia afectiva. Se manifiesta en el comportamiento, imitando gestos, lenguajes, vestidos, adornos que exhibe o define el sujeto con el que se da la identificación.
    Si esa identificación no es intensa y si es pasajera, como acontece en períodos frágiles de la vida (infancia, pubertad, tiempos de crisis), no es patológica. Es un rasgo del crecimiento. Si resulta permanente y sobre todo distorsionante, entonces el fenómeno es preo­cupante y reclama tratamiento pedagógico y, en ocasiones, psiquiátrico.
   El educador de la fe debe conocer que también en el terreno religioso pueden producirse situaciones o fenómenos de identificación. Por ejemplo, cuando un creyente se identifica con una figura eclesial admirada y sólo pretende actuar como ella o sentir como ella (un funda­dor, un patrono, un mártir o un héroe).
   Por muchos que en la ascética se hable de la identificación con el mismo Cristo, salvo en fenómenos singulares y peculiares de los ámbitos místicos y que escapan las leyes de la naturaleza, la salud mental implica que la persona del creyente debe ser consciente de su identidad y de su conciencia diferencial y que tal responsabilidad entra en juego en las leyes y consignas de la psicología religiosa sana. Textos como los que citan a veces los místicos: "Vivo yo, pero ya no yo, sino Cristo que vive en mí" (Gal. 2. 20; 1 Cor. 15.22; 1 Tes. 3.8), deben ser entendidos en una sana exégesis.
   Si una mal entendida religiosidad conduce a la desidentificación de la persona, esa religiosidad no puede ser sana. Tal acontece cuando se incrementan los falsos sentimientos de humildad, culpabilidad o insuficiencia. Sin autoestima no puede haber religiosidad sana. Sin reli­giosidad no puede haber fe o es dudoso que sea auténtica.
   Por eso en los grupos religiosos no se debe nunca proceder a desidentificar a los individuos para "identificarlos" con líderes, mitos sacrales o compromisos ideales. Así proceden con frecuencia las sectas destructivas, sean o no de ascendencia católicas o sean grupos cristianos en los que prima la ciega admiración por el mito antes que la serena contemplación y admiración del mensaje cristiano.